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Simone en Puente de Vallecas

Simone de Beauvoir visitó Madrid a mediados de los años 40 del siglo pasado y se interesó por los barrios más humildes y periféricos, como Vallecas.

En 1945, la escritora, filósofa y feminista Simone de Beauvoir visitó un Madrid que aún andaba con las heridas abiertas de su guerra fratricida en una Europa también desbastada por la sinrazón bélica. Venía de Lisboa, donde había dado un mitin, con la intención de ver con sus propios ojos el hábitat y la vida de una ciudadanía que imaginaba en penuria.

Sus expectativas, sorprendentemente y en un primer momento, se vieron contrariadas al llegar en taxi a la Gran Vía y recorrer parte de la calle Alcalá. Allí, su mirada escudriñadora se encuentra con la abundancia, el lujo, la gran variedad de ofertas que van desde unas tiendas plagadas de dulces de todas clases, otras con ropas y complementos suntuosos y restaurantes cuyos productos culinarios se mostraban indisimuladamente al viandante sin necesidad de que éste traspasase sus puertas. El lujo, en definitiva y, según sus propias palabras, no era clandestino. Pero pese a esta apariencia, unos simples cálculos de los precios que se ofertaban mostraban a las claras que la mayoría de los trabajadores a poco podían acceder, que el contraste, siempre lo hay, alcanzaban entonces unas cotas de enorme intensidad. Para la mayoría, todo precio era prohibitivo. La realidad es que los suministros más necesarios estaban racionados, pero de una forma tal que no alcanzaba para satisfacer las necesidades más básicas. Solo encontró una excepción a esos precios inaccesibles, el del billete de metro. Este si estaba al alcance de casi todos y, siguiendo unos consejos que le habían dado, con este medio de transporte se dispuso a conocer las zonas que por aquel entonces estaban más alejadas del centro.

 

Visitó Tetuán y, por lo que a nosotros nos interesa, visitó la antigua ciudad de Vallecas, pues aún faltaban cinco años para que esta fuera anexionada a la ciudad de Madrid. Su destino, desde Sol, fue Puente de Vallecas, que por aquellos entonces solo estaba separado por las estaciones de Tirso de Molina, Antón Martín, Atocha, Menéndez Pelayo y Pacífico. Nada más salir de la estación, en la Avenida de la Albufera, dirigió sus pasos hacia la Avenida del Monte Igueldo, en un paisaje rodeado de ferrocarriles y, más que fábricas, debemos decir talleres. Y es que esas calles albergaban una serie de industrias relacionadas con los materiales de construcción, como el ladrillo (existía una fábrica en un solar cercando al estadio del Rayo), el yeso o el pedernal, que sirvió para pavimentar gran parte de las calles de Madrid o la cerámica. Pero eran ya todas declinantes y pronto pasarían a ser un recuerdo del pasado.

El asfalto de esta calle principal le sirvió de contraste para lo que suponemos unos dubitativos pasos de Simone pues. una vez abandonada esta, lo que se encontró más que calles eran caminos de tierra, bordeados por casas bajas donde destacaba una ausencia absoluta de tiendas. Niños descalzos y personas en su mayoría con andrajos no evitaba una alegre vitalidad aunque, observó, las mujeres parecían llevar una losa mayor. Debido a la cercanía y a la importancia neurálgica del lugar, no es en absoluto descartable que visitara lo que en ese momento era la sede del Ayuntamiento de Vallecas, un edificio que tal vez no podemos decir imponente pero que, en su seno, además del Ayuntamiento, compartía espacio una Casa de Socorro y una Biblioteca, la actual Biblioteca Pública Municipal de Vallecas. Los datos, con la lógica dificultad que estos tenían para recabarse, nos hablaban de un alto grado de analfabetismo pero la biblioteca, inaugurada en 1933, estaba ahí para, como en la actualidad, satisfacer las necesidades de lectura, conocimiento y esparcimiento.

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