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La memoria no se borra, en todo caso, la velocidad del mundo contemporáneo puede nublar su riqueza. ¿Cómo cruzar un umbral hacia otra naturaleza del tiempo?  Frente al pasado y la historia de las comunidades y las personas que lo habitaron, WAYQEYCUNA (“mis hermanos” en quechua) relata la búsqueda de huellas para plasmarlas en el tiempo presente, a través de una propuesta reflexiva. De manera semejante a la labor de las mujeres andinas que tejen quipus, con el uso de cuerdas y nudos para preservar la memoria, en este performance, última parte de la trilogía “Tres maneras de cantarle a una montaña”, Tiziano Cruz viaja a su infancia, en el norte argentino, para recordar y reencontrar a su comunidad. La obra cuestiona cómo operan las jerarquías raciales y la dominación en un mundo acompasado por la ferocidad del neoliberalismo. La vitalidad, la cultura y el valor de lo colectivo son recuperados de forma poética y dolorosa, mientras se sopesan los mecanismos del mercado del arte y el privilegio de clase. A la par de las festividades tradicionales, vemos exclusión y pobreza.

La elaboración de panes en el taller “Pan para el mundo”, que se desarrolla de manera previa, invoca la presencia de los muertos y amplía el diálogo entre las antiguas enseñanzas y la actualidad: una acción comunitaria que entrelaza arte y territorio y revalora las perspectivas anteriores para no olvidarlas. Los panes están presentes como una ofrenda en la función de la obra.

Las vivencias ancestrales trasladadas al presente propician la reconciliación, el ruido cesa, se establece una pausa en el tiempo y se revela una forma distinta de observar el entorno. Gracias a las enseñanzas de quienes existieron antes, se observan las injusticias y se otorga sitio a lo que ha querido excluir el sistema político actual. La historia guarda los pulsos recuperados y la velocidad circundante pierde su potencia.

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