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La respiración se acompasa de manera semejante al ir y venir de las olas del mar. Esta oda se fundamenta en el movimiento sostenido que puede atestiguarse desde una playa. Frente a la inmensidad del horizonte azul se despliega el asombro y se reconoce lo imprevisible: una metáfora de la imaginación que se transforma sin cesar, como si sus movimientos fueran oleajes. Las formas irrumpen la escena, impulsadas por la música de Deewee y, una tras otra, componen la naturaleza del delirio. ¿Cómo se experimenta la turbulencia interna del proceso creativo? Su misterio es constante, las descripciones no logran definirlo y su singularidad le otorga las cualidades de un acertijo. Las ideas se presentan en el pensamiento inquieto y modifican la percepción, luego, se disuelven para dar paso a otras que, del mismo modo, reiteran su itinerancia. La representación de este desplazamiento oscila entre la quietud y la tormenta. Como el fondo marino, la creación escapa a la vista y guarda sus secretos, pero los cuerpos en movimiento representan su vaivén. Las figuraciones que aparecen ante los ojos se deslizan o se destruyen para reconstituirse y mostrar atributos desconocidos. Las olas se alzan para estrellarse una vez más sobre el suelo, y la pregunta sobre el significado de este suceso surge desde las profundidades. La singularidad de la imaginación se contagia y muesta su alcance colectivo. La danza desplaza la composición de la experiencia individual para multiplicar las emociones de una comunidad.  Los acontecimientos en la escena conducen a la fascinación y al placer, a través de la coreografía desplegada como un concierto ritual que combina danza, artes visuales, teatro y performance e integra una propuesta poética y poderosa, impregnada de ironía, para transmitir que el oleaje de la respiración es el conjuro de la vida.

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