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La Calderona, la actriz y el rey

Desde el primer momento que Felipe IV vio a María Inés de Calderón 'La Calderona', subida a un escenario, quedó prendado de ella. 

Desde que Felipe II en 1561, eligió Madrid como capital de España, trajo aparejado el traslado de la corte y con ello todas las actividades culturales que les servían de entretenimiento. De estas actividades el teatro era una de las más  representativas  y por ello  el monarca dispuso que fueran unas Cofradías las encargadas de su explotación y que a su vez dispusieran de edificios fijos, de esta forma nacieron los corrales de comedias. Estas cofradías eran agrupaciones de cómicos y actores, sociedades con fines caritativos organizadas por los hospitales de la villa. De ellas las más importantes fueron la de la Pasión o Santa Pasión que gestionaba, los corrales de Burguillos y de la Pacheca ( al que posteriormente se le llamaría del Príncipe) ambos situados en calle del Príncipe y La Cofradía de la Soledad que gestionaba el Corral de la Cruz, en la de la Cruz.

En el siglo XVII, pleno siglo de oro de la literatura española, el teatro se convierte en el género literario por excelencia y sobre todo las representaciones teatrales. La demanda popular dio como consecuencia la ingente proliferación de obras y autores: Lope de Vega, Pedro Calderón, Tirso de Molina, Lope de Rueda, Francisco de Rojas, etc. Madrid se convierte en “el norte de la ambición y la tumba de la esperanza”. Los poderes públicos y la monarquía en un principio no apoyaron a las compañías, como en otros países, se limitaron a contratarlos para las representaciones en los palacios y en los autos sacramentales del Corpus Cristi. Posteriormente algunos nobles, entre los que cabe citar al Conde Duque de Olivares, ejercieron alguna labor de mecenazgo. En el siglo XVII la explotación de los corrales dejo de ser privilegio de las antiguas cofradías y el corral del Príncipe y el de la Cruz fueron adquiridos por el ayuntamiento. En 1631 se fundó una nueva cofradía, la de comediantes de la Virgen de la Novena, a la que solo podían pertenecer los actores y sus familiares más directos, como esposas o hijos, pero no otros parentescos cercanos, era una cofradía endogámica. Cada compañía dirigida por un autor contaba con unas 50 obras para la representación.

La profesión de actor, no era segura y los buenos actores (muchos de ellos cultos e incluso algunos de origen noble) hacían gala de su calidad interpretativa, aunque estaban mal considerados por la sociedad, en muchos casos pasaban grandes apuros económicos, ya que solo cobraban si trabajaban.

Representación teatral

Los entretenimientos de la corte eran la caza, las fiestas y las representaciones teatrales a las que el rey, Felipe IV y la reina Isabel de Borbón eran grandes aficionados, llegando incluso a intervenir como actores en las representaciones que se hacían en el Alcázar y siendo asiduos a los corrales de la Cruz y del Príncipe. El valido real, el Conde Duque de Olivares utilizaba todas las posibilidades de entretenimiento para que el monarca dejara las cuestiones de gobierno en sus manos. El monarca era conocido en el Madrid nocturno por su vida licenciosa y sus escarceos amorosos, a los que acompañaba el Conde Duque.

María Inés de Calderón, conocida en el mundo teatral como la Calderona, había aparecido abandonada en la casa de Juan Calderón, un hombre vinculado al teatro, que la adoptó y le dio su apellido. Criada en las tablas del espectáculo, siempre resaltó por su belleza y su maestría en las representaciones. En 1627 con 16 años debutó en el Corral de la Cruz, al que muchas veces Felipe IV asistía de incognito, desde el primer momento que la vio quedo prendado de ella, el mismo día al terminar la representación hizo que la llevaran a su palco. La Calderona ya estaba casada y mantenía relaciones con el Duque de Medina de las Torres, viudo de la hija del Conde Duque de Olivares. El rey, conocedor de esta relación, le concede el Virreinato de Nápoles. Se inicia así una relación conocida por todo Madrid, envuelta entre leyenda y realidad.

          Fiestas Plaza Mayor

 

Cuentan las crónicas, que en una de las representaciones que se celebraban en la Plaza Mayor se produjo un encontronazo con la reina. Al parecer la Calderona ocupaba un Balcón que no le correspondía por su linaje, la reina, que había sido condescendiente siempre con los amoríos reales, ordenó que la actriz fuese expulsada del lugar que ocupaba. Cuando el rey se enteró de lo acaecido, reglamentó que su amante ocupara un balcón que la voz popular llamo de la “Marizapalos”. Posiblemente los amores del rey con la calderona-como otros muchos- no hubiesen pasado a la historia, si no hubiese sido por el nacimiento de un hijo, el bastardo real, Juan José de Austria que nace el 7 de abril de 1629, fue bautizado como “hijo de la tierra” (que era el nombre que se daba en las partidas de nacimiento a los hijos de padres desconocidos) en 1643 fue reconocido por su padre y admitido en la corte. Cuando reconoció la bastardía lo hizo con limitaciones y lo situaba en un plano muy inferior a de la legitimidad.

La vida de la Calderona siguió vinculada al teatro durante los dos años que fue amante del rey. Tras haber conseguido que su hijo fuese reconocido por el monarca, la Calderona pidió permiso al rey para retirarse a un convento perdido monasterio alcarreño.

              Vista aérea del Monasterio San Juan Bautista

El monasterio benedictino de San Juan Bautista en Valfermoso de las Monjas en Guadalajara. El rey concedió favores títulos y riquezas al monasterio. Doña Juana Calderón en los quince años que vivió en el convento llego a ser abadesa entre 1643 y 1646, año en el que murió.

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