7. Cajón de sastre
El hilo conductor de esta exposición forma parte de un carrete inagotable para el hallazgo de sugerentes sorpresas. Hemos visto que en el arte de costura y confección de un apunte intervienen muchas manos: las del autor literario, los censores, el autor de compañía, los actores, el tramoyista y, sobre todo, el apuntador, especie de chiquillo del barco que apunta el texto, custodia el repertorio, redacta el inventario y ejerce de copista. Este amanuense, grafitero del "por aquí pasé yo" es el principal artífice de la compostura del cuaderno de trabajo y en él suele dejar su impronta rubricándolo con sus iniciales, señalándose con alguna palabra, dibujo o comentario, y en caso, la fecha.
Éstas son las huellas de tan varia y variada autoría legítima:
En El almacén general, un comentarista sentencia en una especie de crítica teatral: "este saynete se eligió y no se quiso hacer por malo después de ensayado: téngase presente para siempre". O en otros casos: "El que puso ese nombre es el más burro que se conoce entre cómicos", "siempre apesta", "mala, mala, malísima", etc.
Otras veces el apunte funciona como una agenda del día a día recogiendo Cuentas, listas de la compra, etc.
El mejor par de los doce presenta en su portada el dibujo a pluma de un paisaje marítimo con la leyenda "es fragata, no gata", que funciona posiblemente como advertencia ante una supuesta confusión.
En Los viejos burlados, las tres jornadas se encuadernan juntas con una portada dorada y en La razón vence al poder, la encuadernación es un precioso papel pintado. También las tintas, hilos de colores y otras filigranas atestiguan el gusto personal del guardián de los papeles.