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Ganadoras y ganadores del VI Concurso de Microrrelatos: Complementos de moda

Estos son las ganadoras y los ganadores de nuestro VI Concurso de microrrelatos "Microtendencias", dedicado a los complementos de moda, de 2014


GANADOR

Incomparecencia (Álvaro Jiménez García)

El señalamiento fijaba la vista en nuestra alcoba. Como buen abogado, me centré en los hechos y te arrebaté el pañuelo de tu cuello con mi primer argumento. Después, mi exposición llegó al ombligo, donde frenaste mi camino:
Protesto - dijiste - no te has bañado.
Admití la enmienda, buscando tu absolución, y me zambullí en la ducha. Acicalado, seguí las evidencias de tu ropa interior hasta el lecho, donde yacías desnuda, divina y profundamente dormida. Ante tu incomparecencia, suspendí la vista (¿quizá oral?), interponiendo un recurso de amparo al televisor para que alguna mujer en dos dimensiones revocara tu inesperada sentencia.


2ª CLASIFICADA

Eterno cobre enamorado (Purificación García Martínez)

No sólo los diamantes son para siempre. Fui el collar de Tulia, una romana pelirroja como yo, a quien adoré. Amor y dolor emanaban de su pecho. Nos enterraron juntos. Años después, unos saqueadores me robaron y me convirtieron en moneda. Vi pasar los siglos de mano en mano. Alguien me perdió mientras caminaba. Me encontró un chatarrero que me transformó en tubería. No me faltó el agua durante lustros. Finalmente, me hicieron cable de internet. Traspasando información, vi una foto de la estatua de Tulia con su collar... conmigo. La miro cuando quiero estar con ella, amarla de nuevo.

 

FINALISTAS

Ya está bien (Javier Hidalgo Ramos)

A quien pueda leer esto, ayúdenme, se lo ruego. Soy Maruja Manzaneque. Yo trabajaba en los estudios como aprendiz de modista. Un día, la señora Garland se sintió indispuesta y hubo que cancelar el rodaje. Por descuido, dejó sus zapatos rojos, los que lucía en la película, olvidados en el pasillo del camerino. No pude evitarlo, me los probé. Si es una broma, ya está bien. Oz es agradable, pero para quince días en verano, no más. Pepe, mi Pepe, mira que te dije que en las Américas nada bueno podía pasarnos. Besos a los niños.

Viene el verde (Alejandro Gil Posada)

La ira volvió a encender sus mejillas. Cerró los ojos y se preparó para lo inevitable. Todo comenzó a reventar tronando, crujiendo y restallando. Los botones salieron disparados rompiendo espejos y anunciando siete años infortunados. Las cremalleras escupieron piezas dentales metálicas y la ropa se deshizo en una lluvia de hilos. Arrollando aquella columna humana a la que daba forma, se estiraba y se arrugaba, crujiendo de forma inaudible con cada respiración. El cinturón se abrazaba a él con firmeza, apretando y estrujando, exprimiendo aquella incontenible presencia. A Hulk no se le caerían los pantalones.


Oficiar bodas (Natividad Díaz Sánchez)

Oficiar bodas es una ocupación que realizo por delegación o ausencia, ataviada de mis mejores joyas, voy directa al grano, unas pocas palabras de introducción como: - Henos aquí reunidos... Dichas en un tono solemne, tal y como requiere la situación, para llegar rápidamente a: - Lo que ha unido el hombre... no lo separe la lavadora Y escojo dos calcetines, los uno amorosamente, los doblo formando una pelotita y los lanzo, desde la línea de tres puntos que marca la puerta de la habitación al cajón, su hogar provisional hasta que llegue el momento de jugar de nuevo a casar parejas.

 

Quid pro quo (Sandra Monteverde Ghisolfi)

Entre sollozos quedos y palabras de aliento, se oyó el característico cascabeleo de las pulseras de la abuela. El bisnieto mayor exclamó: – No, otra vez no. ¡No puede ser cierto! Y le contestó una inconfundible voz, vieja, cascada y sempiternamente sarcástica: – Pues va a ser que sí. – Pero lo prometiste. Lo dijiste bien claro: la tercera es la vencida – se quejó él. Y tras un nuevo tintineo, la anciana se incorporó y le respondió: – Y tú prometiste que éste sería diferente, que habría música, café y pastas y resulta que es el velorio más aburrido que he visto.

Préstamos (Antonio José Royuela García)

Gemelas y educadas para no ser egoístas, me costó mucho trabajo entender por qué siempre era yo la que prestaba. Las gafas de sol y un cinturón que nunca me devolvió fueron el inicio de nuestras desavenencias. Se sirvió de absurdas excusas para ir desvalijándome lentamente de mis pequeños tesoros. La mañana que me pidió prestado a mi marido no supe qué contestar. Era mi hermana y a él pareció no disgustarle la idea. Diez años más tarde todavía miro por la mirilla antes de abrir la puerta, no sea que mi hermana necesite algún que otro complemento.

Pasatiempos (Isabel Wagemann)

Un botón es un objeto redondo y amigable. Suelo mezclarlos con las monedas de mi cartera. En la panadería, me gusta pagar con uno amarillo y, sin inmutarme, pedir el cambio. Era de dos euros, decir, y enfadarme si la vendedora, desconcertada, me enseña el botón. Yo insisto en los céntimos que -a esa altura- afirmo a gritos que me quieren robar. Lo mejor es cuando salgo de allí con mi barra de pan, recojo del suelo las monedas que me ha tirado la chica, y las mezclo, sin prisa, entre los botones de mi cartera.

Contable e incontable (Tomás Hevia Armengol)

Ochocientos ochenta y tres pasos y seis besos tuyos separan nuestra casa de mi oficina. Cuarenta y dos escalones y siete miradas tuyas separan nuestra puerta de la de nuestro edificio. Veintidós baldosas y cuatro largos abrazos tuyos separan nuestra cama de la de nuestro hijo. Treinta y dos centímetros y una caricia tuya separan mi mano del despertador. Ahora que de ti sólo quedan tu eco y tu anillo, cada distancia se ha vuelto infinita.


Un pobre hombre (Karin Gil Rico)

Ahora todos usaban sombreros para protegerse del sol porque una rara enfermedad había dejado sin pelo y barba a los del pueblo. Él lloraba sin consuelo, no por su bigote ni su calva; un mes antes había vendido su tienda de sombreros para comprarse una barbería.

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