Alameda de Osuna, una identidad musical de barrio
La Biblioteca Gloria Fuertes se hace eco de la memoria musical del barrio.
El pasado 20 de diciembre de 2023 fue una fecha especial para muchos. Leiva cerraba con su tercer Wizink consecutivo una de sus mayores y mejores giras. Pero lo cerraba de una manera muy especial, un broche resucitando a Pereza con su “hermano del alma” artístico sobre las tablas del escenario madrileño por antonomasia. Un broche que emocionó a muchos, pero a buen seguro que esa emoción subió un escaloncito más entre algunos de los usuarios de nuestra biblioteca, entre algunos de los que crecieron en los 90 sobre las vías del tren del queroseno y los minis de La Sidre, porque bien sabido es que la mayor patria es el barrio, más si eres de Madrid, y más si eres de la Alameda de Osuna.
¿Por qué razón, en cualquier disciplina, y en la música no va a ser menos, unos lugares son más prolíficos que otros? ¿Por qué idiosincrasia local, por qué clase de azares y circunstancias un lugar da a luz un sonido distinto a otros, del que todos beben y se retroalimentan? ¿Qué ocurrió en Gijón en los 90, en ese Albacete, pero también y muy distinto en León, y en Granada desde siempre? ¿En el Madrid de los 80, en Vigo y en Valencia?
De izquierda a derecha, Buenas noche Rose, Carbono14 en las fiestas de Barajas 2015 y en el local de ensayo, Curro García (foto de Javier García Rangel).
Madrid no es Madrid, sino sus barrios, y no hay mejor prueba que la pregunta inevitable cuando dos madrileños se encuentran en el extranjero, ¿de qué barrio eres? La Alameda de Osuna de los 80 y 90 era una especie de Australia dentro de la gran ciudad, aislada y endémica en muchos sentidos. Un barrio de clase media, ni pobre ni rico, sin metro ni búhos y al lado del aeropuerto. Al que no llegó demasiada droga y delincuencia, pero en el que tampoco había demasiado que hacer, si se bajaba a Madrid de fiesta se tenía que esperar hasta el primer autobús. Esto hacía que el ocio fuera muy local, los bares del barrio, los billares del barrio, las vías del barrio. La vida de barrio, una buena vida de barrio, parecida a la del barrio de esta columnista en el que también bulló un gran ecosistema cultural alternativo en los 80, Prosperidad. Pero ¿qué ocurrió en la Alameda en los 90 para que todo Madrid girase los ojos sobre ella? Para que en mi barrio nos molasen sus bandas y los ecos de La Sidre llegasen al parque Berlín. Porque las salas eran Malasaña, pero quien estaba en el escenario era Yoghourt Daze, o Buenas Noches Rose, o Le Punk… Pura Alameda.
De izquierda a derecha, Leather Heart, Le Punk, Pereza y Buenas noches Rose.
Ocurrió, como en las buenas historias, que siempre hay un ectoplasma, un germen, un big bang larvado que explota y cataliza toda una energía adolescente. Un lugar y una gente. Un instituto público, el Villa de Madrid, con profesores jóvenes y enrollados; un solo bar de rock, La Sidre, que no es malo, sino todo lo contrario, concentra todas las esencias; un lugar, las vías del tren, en el que el botellón tenía el arte de una guitarra en cada grupo de chavales; una persona, la Asun, esa Lady Madrid, treintañera y rockera seducida por esa actitud irresistible que dejaba sus locales a muy bajo coste a esa legión de bandas. Y, por supuesto, ese big bang fue Buenas Noches Rose, una de las mejores bandas de los 90, más desconocidas y con la historia más canónica por fugaz dejando un bonito cadáver para el recuerdo pero todo un grueso árbol genealógico del que descendieron los mencionados Le Punk y Yoghourt Daze, el descacharrante ska de Alemedadeosoluna, y las posteriores generaciones ya tocadas por el éxito masivo, pero absolutamente geniales, con Sidecars, Pereza y Rubén Pozo y Leiva en solitario.
El barrio ha cambiado, pero en cada nota vuelve su memoria a los que la vivieron. Y como toda buena historia, necesita un custodio. En esa época, lo que es esta biblioteca era un solar, y seguramente en él se tocaron algunos acordes de los que ahora podéis encontrar en su colección de CD’s o disfrutar con los conciertos en familia de su Centro Cultural, siempre se ha de plantar una semilla, y quién sabe si estos nuevos lugares serán el semillero de nueva savia.